Antes de fallecer, en 2003, el Dr. Seignalet concluyó que la acumulación de residuos alimenticios, bacterianos y metabólicos, conforma un estadio que denominó “ensuciamiento”, el cual basta para explicar en gran medida la generación y cura de las principales enfermedades modernas. Seignalet fue un pionero en esta visión, reuniendo el poco conocimiento disponible por entonces, dándole un sentido que fue validado con sus experiencias de remisiones y abriendo un nuevo camino de exploración. Como todo pionero, fue ignorado y criticado por sus pares, pero sus éxitos son incuestionable evidencia y su efectiva “dieta ancestral” es todo un punto de partida para quienes se atreven a bucear en una nueva problemática, subestimada pero que nos golpea duro.
EL FACTOR ALIMENTARIO
El trabajo del Dr. Seignalet individualizó perfectamente a la moderna alimentación como principal responsable de las enfermedades contemporáneas: nuestras enzimas digestivas y nuestra mucosa intestinal no están adaptadas a las moléculas alimentarias que estamos ingiriendo.
En condiciones normales, el alimento es fisiológicamente procesado por una flora intestinal equilibrada, mediante una compleja serie de procesos enzimáticos. La delgada mucosa que reviste los intestinos opera como una barrera “inteligente” encargada de protegernos.
La mucosa intestinal deja pasar al flujo sanguíneo, solo aquellas micromoléculas, correctamente desdobladas y listas para poder ser utilizadas por el hígado. En tales circunstancias, las macromoléculas no digeridas siguen su curso y se evacuan como materia fecal. Muy simple: el alimento nutre y no ensucia.
El problema comienza cuando los alimentos que ingerimos no están adaptados a nuestra fisiología. Entonces la digestión de la comida es insuficiente, la flora se desequilibra, se genera putrefacción, inflamación, enlentecimiento del bolo alimenticio y sobre todo, la mucosa intestinal se hace más permeable.
Este incremento de permeabilidad permite que gran cantidad de macromoléculas alimentarias y bacterianas, atraviesen fácilmente la delgada mucosa intestinal. De ese modo, una avalancha de sustancias inconvenientes ingresa rápidamente al flujo sanguíneo, generándose graves problemas ulteriores, como el colapso hepático y el “tilde” del sistema inmune. En síntesis, este es el mecanismo simplificado del ensuciamiento que describiera el Dr. Seignalet.
EL FACTOR PARASITOSIS
Algo que el Dr. Seignalet intuyó genialmente durante su investigación, fue la relación entre la mucosa intestinal permeable y la invasión de macromoléculas alimentarias y bacterianas hacia el hígado y los fluidos corporales. Esta visión permite a su vez comprender la estrecha relación entre esta “puerta abierta” y nuestros huéspedes naturales: los parásitos.
Además de bacterias y partículas alimentarias, nuestros fluidos se ven invadidos por huevos, larvas, quistes y organismos unicelulares que parasitan la estructura corporal y aportan una cuota importante de ensuciamiento. La magnitud de la intrusión desborda la capacidad de nuestro sistema inmunológico (reacción antigénica) y en muchos casos elude su acción, al localizarse en áreas donde las defensas corporales están inhibidas de actuar (caso del cerebro).
Generalmente el concepto de parásitos, tanto de profanos como de terapeutas, se limita, en el mejor de los casos, a considerar el aspecto etimológico del término1 . Se supone que el daño generado por estos huéspedes indeseables, es el robo de nutrientes, que utilizan para su desarrollo. Si esto fuese así, bastaría con comer de más. Sin embargo, lo más grave de las parasitosis, es su significativo aporte ensuciante.
Consideremos por un momento lo que significan los excrementos y desechos metabólicos de esta multitud de seres que nos habitan. Diariamente cientos de sustancias actúan y se acumulan en nuestro interior, generando no solo toxemia, sino también innumerables consecuencias sobre nuestra salud.
LAS CONCLUSIONES DE SEIGNALET
Dado que la presencia de sustancias tóxicas es algo inevitable en el marco de nuestra relación con el entorno, podemos manejar la analogía de convivir con una canilla que gotea y con un recipiente que recoge dicho goteo.
El secreto es mantener el depósito vacío, como único modo de evitar el desborde. Si el recipiente está al tope, es obvio que cualquier gota provocará derrame. Si mantenemos la vasija vacía, no habrá desbordes. Pero si advertimos “derrames”, tendrá poco sentido inculpar a la “última gota” por el daño. Si minimizamos el goteo (nutrición fisiológica) y vaciamos regularmente el recipiente (depuración corporal), no tendremos problemas y cosas por el estilo).
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